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Aprendiendo a entenderlas

De un tiempo a esta parte, ¿no tenéis la sensación de que las etiquetas nos invaden? Las de la comida, la ropa, los productos para el baño: champú, suavizante, gel (por cierto, cómo se agradecen en ciertas ocasiones estas últimas…), las de los electrodomésticos y, ahora, por último, las de las edificios. Pero, ¿alguien entiende lo que dicen?

, Lluvia de etiquetas

¿Entiendes lo que dicen las etiquetas?  (fuente: Karmapanda.com)

Con las de comida, productos de consumo habitual y ropa no hay problema.Todos conocemos los signos que nos indican daños para el medio ambiente; no dudamos a la hora de identificar las siglas de las etiquetas nutricionales (y entender cuánto mal pueden causar las odiadas calorías), y sabemos que una A+++ en una lavadora indica un alto grado de eficiencia y un menor consumo energético. Pero, ¿qué pasa con los edificios: las viviendas, las tiendas, los hoteles, las oficinas? ¿Qué significan esas nuevas etiquetas que empiezan a aparecer colgadas de sus paredes? ¿En qué nos afecta?

El Certificado de Eficiencia Energética entró en vigor el 1 de junio del año pasado. Esto significa que desde ese momento, los propietarios que venden o alquilan un inmueble tienen la obligación de informar al futuro usuario del consumo energético del inmueble (en condiciones normales de uso y ocupación). Para hacer más asequible estos datos y ofrecer cierta uniformidad se creó una etiqueta que incluye los datos del edificio (año de construcción, tipo de edificio, referencia catastral, etc.); la escala de certificación energética, con los datos de consumo de energía al año y de emisiones de CO2, y el número de registro, sello, etc.

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¿En qué debemos fijarnos cuando vemos una etiqueta energética? (fuente: minetur.gob.es)

¿En qué nos debemos fijar? Básicamente en la letra, que viene a ser la nota que obtiene el inmueble. La A sería el sobresaliente y de ahí para abajo.

Hasta la D o la E podríamos considerar que el inmueble está “aprobado”, por debajo de estas letras la cosa no pinta bien para el usuario (en términos de ahorro energético). Por ejemplo, como explican en el portal Idealista, para una vivienda tipo (con un recibo medio de suministros de 60 €/mes) una calificación A, situaría el gasto energético en los 35 euros/mes. Si fuese una B, gastaría menos que la media, en torno a 40 a 45 euros. En el caso de tener una letra C, el coste de la energía estaría en los 50-55 euros y así sucesivamente.

De esta manera, una buena oferta de alquiler (pongamos un piso en el centro de Madrid por 500 euros al mes y un Calificación Energética F) se puede transformar en una auténtica pesadilla cuando al recibo del alquiler (los hipotéticos 500 euros) haya que sumarle otros 75-80 euros en calefacción.

¡Y si eres comprador y te metes en una temida hipoteca, no te quiero ni contar lo importante que es que logres rebajar los gastos mensuales para no llegar ahogado al día 30!

“¿Y si ya tengo un piso, pero es muy viejo?”, estarás pensando. Pues en ese caso te recomendamos que te animes a rehabilitarlo con criterios de eficiencia energética. ¿Por qué? Porque en este caso no hablamos de un gasto sino de una inversión, ya que verás como tu factura de consumo de energía baja mes a mes. Pasar de una D a una B supone un ahorro cercano al 25%.

Además, como ha puesto de manifiesto la asociación ANERR con su proyecto PREI, una rehabilitación de este tipo puede ayudarte a revalorizar tu vivienda más de un 20% (de su valor inicial).

Eso sí, hagas lo que hagas, ponte siempre en manos de profesionales.